martes, 18 de agosto de 2015

LOS TOROS SON CULTURA



Texto completo del documento publicado en el diario "La Voz de Almería" del pasado domingo, 16 de agosto de 2015, firmada por las siguientes asociaciones: Peña Taurina "Jueves Taurinos", Peña Taurina "Círculo de la Amistad", Peña Taurina Virgitana "Ruiz Manuel", Agrupación Taurina Velezana "Pepín Liria", Peña Cultural Taurina de Roquetas de Mar, Club Taurino Veratense, Foro Cultural "3 Taurinos 3", Tertulias Mediterráneas, Amigos Taurinos de Almería "ATA", Peña Taurina "El Quite de la Mariposa", Asociación de Aficionados Prácticos de Almería, Aficionados Prácticos de Vera.




LOS TOROS SON CULTURA

Asociaciones reunidas en torno a la idea de los “Derechos de los animales”, el pasado día 7, en este periódico, contestaron desde la ignorancia a las declaraciones de Marco Rubio, ex Presidente de la Plaza de toros. Entre otros errores, apelan a la condición científica de la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia pretendiendo bajo una ciencia que no explican de qué ciencia se trata – cuál es su campo categorial - cambiar nuestro modo de ver tanto la historia reciente como, ni más ni menos, el lugar del hombre en el mundo, sobre todo en relación con otros animales. 
Este grupo heterogéneo, y de dudosa representatividad real –animalistas, vegetarianos, veganos, etc. - con casi nula capacidad de convocatoria, pretende que nos traguemos que la Etología es una ciencia; y no puede ser propiamente una ciencia porque no tiene un campo categorial cerrado. Se define la Etología como la ciencia que estudia el comportamiento de los animales pero, no está claro de qué animales se trata (¿sólo los mamíferos, los simios antropoideos, los insectos, los peces, los reptiles, etc.?). 
El primer problema es si a todos los animales se les pueden aplicar las mismas explicaciones y teorías etológicas. Si es así, entonces tan instintiva o tan inteligente e intencionada es la conducta de un caracol como la de un chimpancé, esto es, se iguala conductualmente a todas las especies. Aún hay otra dificultad: si se incluye o no al ser humano en el campo de estudio de la Etología. Parece que por definición no se le incluye (aunque también es un animal) porque su comportamiento lo estudian la Psicología y la Antropología, pero los propios etólogos caen en una contradicción cuando constantemente comparan el comportamiento humano con el de los demás animales (obviando que los animales realizan conductas y los hombres acciones). 
Por último, la Etología no es una ciencia porque muchas de sus hipótesis y teorías son imposibles de probar (o de falsar, si se quiere seguir el criterio de Popper). No todas las teorías son científicas: hay teorías filosóficas, teorías religiosas, etc. (así, por ejemplo, el Psicoanálisis o la Astrología no son teorías científicas porque –entre otras cosas– no se pueden probar ni refutar). 


Por otra parte, la cultura humana consiste en una serie de acciones pautadas normalizadas (basadas en normas anteriores) cristalizadas en instituciones que siguen una serie de planes o programas operatorios con una finalidad (de cómo hacer las cosas): les llamamos ceremonias. El hombre es un animal que realiza ceremonias que se transmiten culturalmente. Las conductas animales no son ceremonias, son rituales  que no siguen normas sino que se adaptan al entorno (ejemplos: ritual de apareamiento, ritual de la jerarquía social, etc.) mientras que las ceremonias humanas son más independientes del entorno porque proceden de las instituciones culturales históricas de cada sociedad (cultura objetiva dice Gustavo Bueno [1]), que es la que nos convierte en personas; así, un animal se lava para refrescarse o para limpiar su piel de parásitos que le pican, pero un ser humano se bautiza, realiza abluciones, se lava las manos antes de una operación quirúrgica para mantener la asepsia, etc., en todo caso, siguiendo unas normas. 
Según lo anterior, las corridas de toros son una ceremonia de la cultura objetiva. Es erróneo, por tanto, decir que «los toros no son cultura sino tortura» porque la propia tortura es una ceremonia cultural (y esto lo demuestra Gustavo Bueno en su libro El mito de la cultura, antes referido). Además, no se puede aplicar el término «tortura» al trato hacia un animal porque si leemos la definición de tortura que se da en el Diccionario de María Moliner, tortura es «padecimiento muy intenso que le es infligido a alguien como castigo o para hacerle confesar algo»; y, en las corridas de toros no se cumplen ninguno de los puntos de esta definición (no sabemos si el toro sufre intensamente como ha demostrado el profesor Juan Carlos Illera [2], el toro no es alguien, no se le lidia como castigo – sería absurdo pensar que el torero odia al toro o le aplica la faena como castigo por lo malo que ha sido - y tampoco quiere hacerle confesar nada. Las corridas de toros son una ceremonia del eje angular (relaciones de los hombres con los animales). Y, siguiendo la clasificación de las ceremonias propuesta por Gustavo Bueno, una ceremonia colectiva [3] (porque en ella intervienen varios actores), de segunda especie (porque ha desbordado todo ritual zoológico natural), formalizada (con signos explícitos de apertura y clausura), protocolizada (cuyos pasos están determinados por reglas), plural (en cada corrida la ceremonia se repite seis veces con seis toros, y las ferias taurinas se repiten anualmente) y distributiva (porque pertenece a la clase de las corridas de toros, todas ellas similares aunque cada faena sea distinta –pero no como ceremonia– de las demás). Y, por utilizar otro de los muchos argumentos posibles, según Aristóteles vamos a tratar brevemente de las corridas de toros desde la diferencia entre acción – obras incorpóreas (pero materiales) que realizan los sujetos corpóreos humanos como conocimiento universal pero no necesario de las acciones de la vida humana regulado por la prudencia (entendida como saber distinguir y decidir las acciones correctas) que es propio de la Ética y la Política- y producción - o arte o técnica o poiesis que designa las obras corpóreas que realizan los sujetos corpóreos humanos susceptibles de ser hechas por operaciones manuales - porque otro de los argumentos de la polémica, utilizado tanto por taurinos como por antitaurinos, es el de si las corridas de toros son o no son una expresión artística.


Pues bien,  en el caso de las corridas de toros: en ellas el torero realiza una faena siguiendo unas normas y técnicas (por eso es arte, porque esas normas son normas estéticas: una buena o mala faena se juzga por su belleza y eficacia) pero, también el torero está arriesgando su vida y ha de tomar decisiones guiado por la prudencia (por normas éticas, morales y legales), ha de saber cómo actuar frente al toro para no ser cogido y sacar de estas acciones una faena bella. Está claro que es la única de las artes estéticas en la que esto ocurre. El toreo es un arte o factible (en la que hay una parte fingida o representada –como en las otras artes– para obtener un producto estético: aquí una bella faena) pero en una situación de decisión real o agible (el torero se la está jugando de verdad, es un actor sin papel aprendido, que tiene que elegir las acciones correctas para terminar bien su interacción con el toro: coger la distancia al toro, llevar la muleta con temple, dirigir bien la muñeca, citar al toro en el momento y lugar, etc. son acciones guiadas por la prudencia ética y por normas estéticas). Al torero se le llama “maestro” porque la lidia es conocimiento, así, los toreros saben cómo se comportan los toros de cada tipo de encaste y les ejecutan la lidia y, además, tienen en cuenta las características individuales de cada animal, las circunstancias climáticas, etc.). Por tanto, en el toreo hay arte y ética, tragedia representada y real; no existe ningún otro arte estético en el que el artista haya de tomar decisiones éticas, a no ser que se considere que elegir una nota, un color o una palabra es un acto de prudencia. Es verdad que puede considerarse que las corridas de toros no son un arte estético (como dicen los antitaurinos que es un espectáculo cruel para pasar el rato divirtiéndose viendo cómo sufre el pobre toro) y por eso respondemos los taurinos que es cuestión de sensibilidad apreciar el toreo (ser un aficionado o un entendido). 


Es cierto que la consideración estética de cualquier obra de arte tiene una componente subjetiva, emocional, sentimental e intelectual y una parte objetiva, esto es, la propia obra en cuanto ente real y una parte normativa que sigue unas reglas y modelos; pero, alejándonos de las subjetividades psicológicas de unos y otros, por definición (según hemos explicado –y a la espera de que nos ofrezcan otras definiciones mejores–) los toros son arte y ética. Y, al igual que se puede negar a las corridas de toros su condición de arte estético (como de hecho muchos hacen encerrados en su apreciación subjetiva) se le podría negar a la pintura («cuatro manchas de color»), a la poesía («vaya tontada dedicarse a juntar palabras»)... Si los animales fueran ciudadanos como nosotros no nos los podríamos comer (porque entonces seríamos caníbales), que es lo que defienden muchos animalistas: que nos hagamos todos vegetarianos – como el tal Phlip Low -; pero somos omnívoros (tenemos dientes caninos o colmillos para comer carne y molares para masticar cereales y otros vegetales; los animales herbívoros o vegetarianos no tiene colmillos). 



Nos proponen prohibir las corridas de toros que son ceremonias que no hacen daño a terceros (pues el ciudadano que no quiere ir no va; a no ser que se considere como terceros a los toros, con lo que caemos en las contradicciones anteriores; mientras, que en las luchas de gladiadores –con las que algunos comparan el espectáculo «cruel» de las corridas de toros– sí se causaba daño a terceras personas: los gladiadores que morían); esto es, se quieren quitar derechos a los aficionados taurinos para dárselos a los toros. Se nos dice que está bien utilizar a los animales para comer porque es una necesidad humana, pero no para celebrar una ceremonia estética como las corridas de toros que son sólo un espectáculo. Pero, ¿quién decide cuales son las necesidades humanas? («No sólo de pan vive el hombre»); entonces el arte, la ciencia o la filosofía son meros pasatiempos superfluos si se considera que las únicas necesidades humanas son las necesidades fisiológicas, lo cual nos igualaría otra vez –como pretenden estas asociaciones de forma errónea, insultante y torticera– con los animales.


El toreo es una ceremonia plenamente civilizada y un arte estético, en ocasiones sublime. Pero también, el toreo es una escuela de las virtudes éticas de la valentía y la prudencia (tan necesarias para una persona y para un Estado) y que, por tanto, se debería fomentar (la democracia, ya en Grecia, se defendía con el valor de sus ciudadanos en la guerra, si era necesario) y no prohibir.
Utilizar con un manoseo falto de conocimiento en la provocadora y oportunista contestación a la entrevista de Don Marco Rubio, de palabras aplicables al toro como: la capacidad de sentir y sufrir o la de tener conciencia; a la tauromaquia el que esté bien visto como una moda pasajera pese al arraigo cultural que ha permanecido a través de la historia pese a serias prohibiciones históricas;  hablar de la totalidad de la repugnancia hacia algo como un totalitario pensamiento; el uso acusatorio de seres que se consideran superiores, violento e inaceptable, hacia otros –nosotros los taurinos- de maltrato, tortura, asesinato, sadismo, crimen, macabro espectáculo define la falta de argumentos de fondo; y argumentar por último sobre la opinión del toro cuyo voto nunca es tenido en cuenta ya define tajantemente como un pésimo y vergonzante chiste. Solo habría que preguntarse si el toro lo entendería.


Para terminar, podríamos suscribir la frase de Salvador Dalí: «El hombre no viene del mono, sino que se le acerca cada vez más» (algunos se quieren parecer más al toro que al torero). O recordar la canción, que ya hace años canta Joan Manuel Serrat (aficionado taurino, por cierto), un tango que no es suyo llamado Cambalache, que dice: «siglo XX cambalache… todo es igual, nada es mejor: lo mismo un burro que un gran profesor». O un toro que un torero o un aficionado, y aún peores.
Tenemos, porque los hay, argumentos medioambientales, económicos, de generación de empleo, de número de espectadores, de valor añadido, de gustos, de deseo, de legalidad, de ejercicio de la libertad, de imponer criterios minoritarios frente a un sentir mayoritario… 


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[1] EL MITO DE LA CULTURA
  http://www.fgbueno.es/gbm/gb1996mc.htm

[2] ESTRÉS Y DOLOR EN EL TORO DE LIDIA:          http://www.ganaderoslidia.com/webroot/flash/dolortorolidia.html

[3] ENSAYO SOBRE UNA TEORÍA ANTROPOLOGICA DE LAS CEREMONIAS
 http://www.filosofia.org/rev/bas/bas11602.htm




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