Texto completo del documento publicado en el diario "La Voz de Almería" del pasado domingo, 16 de agosto de 2015, firmada por las siguientes asociaciones: Peña Taurina "Jueves Taurinos", Peña Taurina "Círculo de la Amistad", Peña Taurina Virgitana "Ruiz Manuel", Agrupación Taurina Velezana "Pepín Liria", Peña Cultural Taurina de Roquetas de Mar, Club Taurino Veratense, Foro Cultural "3 Taurinos 3", Tertulias Mediterráneas, Amigos Taurinos de Almería "ATA", Peña Taurina "El Quite de la Mariposa", Asociación de Aficionados Prácticos de Almería, Aficionados Prácticos de Vera.
LOS TOROS
SON CULTURA
Asociaciones reunidas en
torno a la idea de los “Derechos de los
animales”, el pasado día 7, en este periódico, contestaron desde la
ignorancia a las declaraciones de Marco Rubio, ex Presidente de la Plaza de
toros. Entre otros errores, apelan a la condición científica de la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia
pretendiendo bajo una ciencia que no explican de qué ciencia se trata – cuál es
su campo categorial - cambiar nuestro modo de ver tanto la historia reciente
como, ni más ni menos, el lugar del hombre en el mundo, sobre todo en relación
con otros animales.
Este grupo heterogéneo, y de dudosa representatividad real –animalistas,
vegetarianos, veganos, etc. - con casi nula capacidad de convocatoria, pretende
que nos traguemos que la Etología es una ciencia; y no puede ser propiamente
una ciencia porque no tiene un campo categorial cerrado. Se define la Etología como la ciencia que estudia el
comportamiento de los animales pero, no está claro de qué animales se trata (¿sólo
los mamíferos, los simios antropoideos, los insectos, los peces, los reptiles,
etc.?).
El primer problema es si a todos los animales se les pueden aplicar las
mismas explicaciones y teorías etológicas. Si es así, entonces tan instintiva o
tan inteligente e intencionada es la conducta de un caracol como la de un
chimpancé, esto es, se iguala conductualmente a todas las especies. Aún hay
otra dificultad: si se incluye o no al ser humano en el campo de estudio de la
Etología. Parece que por definición no se le incluye (aunque también es un
animal) porque su comportamiento lo estudian la Psicología y la Antropología,
pero los propios etólogos caen en una contradicción cuando constantemente
comparan el comportamiento humano con el de los demás animales (obviando que los
animales realizan conductas y los hombres acciones).
Por último, la Etología no
es una ciencia porque muchas de sus hipótesis y teorías son imposibles de
probar (o de falsar, si se quiere seguir el criterio de Popper). No todas las
teorías son científicas: hay teorías filosóficas, teorías religiosas, etc. (así, por
ejemplo, el Psicoanálisis o la Astrología no son teorías científicas porque
–entre otras cosas– no se pueden probar ni refutar).
Por otra parte, la cultura
humana consiste en una serie de acciones pautadas normalizadas (basadas en
normas anteriores) cristalizadas en instituciones que siguen una serie de
planes o programas operatorios con una finalidad (de cómo hacer las cosas): les llamamos ceremonias. El hombre es un animal que
realiza ceremonias que se transmiten culturalmente. Las conductas animales no
son ceremonias, son rituales que no siguen normas sino que se
adaptan al entorno (ejemplos: ritual de apareamiento, ritual de la jerarquía
social, etc.) mientras que las ceremonias humanas son más independientes del
entorno porque proceden de las instituciones culturales históricas de cada
sociedad (cultura objetiva dice Gustavo Bueno [1]), que
es la que nos convierte en personas; así, un animal se lava para refrescarse o
para limpiar su piel de parásitos que le pican, pero un ser humano se bautiza,
realiza abluciones, se lava las manos antes de una operación quirúrgica para
mantener la asepsia, etc., en todo caso, siguiendo unas normas.
Según lo anterior, las corridas de toros son una
ceremonia de la cultura objetiva. Es erróneo, por tanto, decir que «los toros no son cultura sino tortura» porque
la propia tortura es una ceremonia cultural (y esto lo demuestra Gustavo Bueno
en su libro El mito de la cultura, antes referido). Además, no se puede aplicar el
término «tortura» al trato hacia un animal porque si leemos la definición de
tortura que se da en el Diccionario de María Moliner, tortura es «padecimiento muy intenso que le es infligido
a alguien como castigo o para hacerle confesar algo»; y, en las corridas de
toros no se cumplen ninguno de los puntos de esta definición (no sabemos si el
toro sufre intensamente como ha demostrado el profesor Juan Carlos Illera [2], el
toro no es alguien, no se le lidia como castigo – sería absurdo pensar que el
torero odia al toro o le aplica la faena como castigo por lo malo que ha sido -
y tampoco quiere hacerle confesar nada. Las corridas de toros son una ceremonia
del eje angular (relaciones de los hombres con los animales). Y, siguiendo la
clasificación de las ceremonias propuesta por Gustavo Bueno, una ceremonia
colectiva [3] (porque
en ella intervienen varios actores), de segunda especie (porque ha
desbordado todo ritual zoológico natural), formalizada (con signos
explícitos de apertura y clausura), protocolizada (cuyos pasos están
determinados por reglas), plural (en cada corrida la ceremonia se
repite seis veces con seis toros, y las ferias taurinas se repiten anualmente)
y distributiva (porque pertenece a la clase de las corridas de toros,
todas ellas similares aunque cada faena sea distinta –pero no como ceremonia–
de las demás). Y, por utilizar otro de los muchos argumentos posibles, según
Aristóteles vamos a tratar brevemente de las corridas de toros desde la
diferencia entre acción – obras
incorpóreas (pero materiales) que realizan los sujetos corpóreos humanos como
conocimiento universal pero no necesario de las acciones de la vida humana regulado por la prudencia (entendida como saber
distinguir y decidir las acciones correctas) que es propio de la Ética y la
Política- y producción - o arte o técnica o poiesis que designa las obras
corpóreas que realizan los sujetos corpóreos humanos susceptibles de ser hechas
por operaciones manuales - porque otro de los argumentos de la polémica,
utilizado tanto por taurinos como por antitaurinos, es el de si las corridas de
toros son o no son una expresión artística.
Pues bien, en el caso de las corridas de toros: en ellas
el torero realiza una faena siguiendo unas normas y técnicas (por eso es arte,
porque esas normas son normas estéticas: una buena o mala faena se juzga por su
belleza y eficacia) pero, también el torero está arriesgando su vida y ha de
tomar decisiones guiado por la prudencia (por normas éticas, morales y
legales), ha de saber cómo actuar frente al toro para no ser cogido y sacar de
estas acciones una faena bella. Está claro que es la única de las artes
estéticas en la que esto ocurre. El toreo es un arte o factible (en la que hay
una parte fingida o representada –como en las otras artes– para obtener un
producto estético: aquí una bella faena) pero en una situación de decisión real
o agible (el torero se la está jugando de verdad, es un actor sin papel
aprendido, que tiene que elegir las acciones correctas para terminar bien su
interacción con el toro: coger la distancia al toro, llevar la muleta con
temple, dirigir bien la muñeca, citar al toro en el momento y lugar, etc. son
acciones guiadas por la prudencia ética y por normas estéticas). Al torero se
le llama “maestro” porque la lidia es conocimiento, así, los toreros saben cómo
se comportan los toros de cada tipo de encaste y les ejecutan la lidia y,
además, tienen en cuenta las características individuales de cada animal, las
circunstancias climáticas, etc.). Por tanto, en el toreo hay arte y ética,
tragedia representada y real; no existe ningún otro arte estético en el que el
artista haya de tomar decisiones éticas, a no ser que se considere que elegir
una nota, un color o una palabra es un acto de prudencia. Es verdad que puede
considerarse que las corridas de toros no son un arte estético (como dicen los
antitaurinos que es un espectáculo cruel para pasar el rato divirtiéndose
viendo cómo sufre el pobre toro) y por eso respondemos los taurinos que es
cuestión de sensibilidad apreciar el toreo (ser un aficionado o un entendido).
Es cierto que la consideración estética de cualquier obra de arte tiene una
componente subjetiva, emocional, sentimental e intelectual y una parte
objetiva, esto es, la propia obra en cuanto ente real y una parte normativa que
sigue unas reglas y modelos; pero, alejándonos de las subjetividades
psicológicas de unos y otros, por definición (según hemos explicado –y a la
espera de que nos ofrezcan otras definiciones mejores–) los toros son arte y
ética. Y, al igual que se puede negar a las corridas de toros su condición de
arte estético (como de hecho muchos hacen encerrados en su apreciación
subjetiva) se le podría negar a la pintura («cuatro manchas de color»), a la poesía
(«vaya tontada dedicarse a juntar palabras»)... Si los animales fueran ciudadanos
como nosotros no nos los podríamos comer (porque entonces seríamos caníbales),
que es lo que defienden muchos animalistas: que nos hagamos todos vegetarianos
– como el tal Phlip Low -; pero somos omnívoros (tenemos dientes caninos o
colmillos para comer carne y molares para masticar cereales y otros vegetales;
los animales herbívoros o vegetarianos no tiene colmillos).
Nos proponen prohibir las corridas de toros que son ceremonias que no hacen daño a terceros (pues el ciudadano que no quiere ir no va; a no ser que se considere como terceros a los toros, con lo que caemos en las contradicciones anteriores; mientras, que en las luchas de gladiadores –con las que algunos comparan el espectáculo «cruel» de las corridas de toros– sí se causaba daño a terceras personas: los gladiadores que morían); esto es, se quieren quitar derechos a los aficionados taurinos para dárselos a los toros. Se nos dice que está bien utilizar a los animales para comer porque es una necesidad humana, pero no para celebrar una ceremonia estética como las corridas de toros que son sólo un espectáculo. Pero, ¿quién decide cuales son las necesidades humanas? («No sólo de pan vive el hombre»); entonces el arte, la ciencia o la filosofía son meros pasatiempos superfluos si se considera que las únicas necesidades humanas son las necesidades fisiológicas, lo cual nos igualaría otra vez –como pretenden estas asociaciones de forma errónea, insultante y torticera– con los animales.
Nos proponen prohibir las corridas de toros que son ceremonias que no hacen daño a terceros (pues el ciudadano que no quiere ir no va; a no ser que se considere como terceros a los toros, con lo que caemos en las contradicciones anteriores; mientras, que en las luchas de gladiadores –con las que algunos comparan el espectáculo «cruel» de las corridas de toros– sí se causaba daño a terceras personas: los gladiadores que morían); esto es, se quieren quitar derechos a los aficionados taurinos para dárselos a los toros. Se nos dice que está bien utilizar a los animales para comer porque es una necesidad humana, pero no para celebrar una ceremonia estética como las corridas de toros que son sólo un espectáculo. Pero, ¿quién decide cuales son las necesidades humanas? («No sólo de pan vive el hombre»); entonces el arte, la ciencia o la filosofía son meros pasatiempos superfluos si se considera que las únicas necesidades humanas son las necesidades fisiológicas, lo cual nos igualaría otra vez –como pretenden estas asociaciones de forma errónea, insultante y torticera– con los animales.
El toreo es una ceremonia
plenamente civilizada y un arte estético, en ocasiones sublime. Pero también,
el toreo es una escuela de las virtudes éticas de la valentía y la prudencia
(tan necesarias para una persona y para un Estado) y que, por tanto, se debería
fomentar (la democracia, ya en Grecia, se defendía con el valor de sus
ciudadanos en la guerra, si era necesario) y no prohibir.
Utilizar con un manoseo
falto de conocimiento en la provocadora y oportunista contestación a la
entrevista de Don Marco Rubio, de palabras aplicables al toro como: la
capacidad de sentir y sufrir o la de tener conciencia; a la tauromaquia el que
esté bien visto como una moda pasajera pese al arraigo cultural que ha
permanecido a través de la historia pese a serias prohibiciones históricas; hablar de la totalidad de la repugnancia hacia
algo como un totalitario pensamiento; el uso acusatorio de seres que se
consideran superiores, violento e inaceptable, hacia otros –nosotros los
taurinos- de maltrato, tortura, asesinato, sadismo, crimen, macabro espectáculo
define la falta de argumentos de fondo; y argumentar por último sobre la
opinión del toro cuyo voto nunca es tenido en cuenta ya define tajantemente
como un pésimo y vergonzante chiste. Solo habría que preguntarse si el toro lo
entendería.
Para terminar, podríamos
suscribir la frase de Salvador Dalí: «El
hombre no viene del mono, sino que se le acerca cada vez más» (algunos se
quieren parecer más al toro que al torero). O recordar la canción, que ya hace
años canta Joan Manuel Serrat (aficionado taurino, por cierto), un tango que no
es suyo llamado Cambalache, que dice: «siglo
XX cambalache… todo es igual, nada es mejor: lo mismo un burro que un gran
profesor». O un toro que un torero o un aficionado, y aún peores.
Tenemos, porque los hay,
argumentos medioambientales, económicos, de generación de empleo, de número de
espectadores, de valor añadido, de gustos, de deseo, de legalidad, de ejercicio
de la libertad, de imponer criterios minoritarios frente a un sentir
mayoritario…